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lunes, 29 de octubre de 2007

«La foto de mi tío Juan forma parte de mi vida. Es la única que había en casa de mi abuela»

«Los asesinaron por el camino. Mi hermano fue vejado, golpeado y le pusieron descargas eléctricas durante tres horas. Una vez le llevaron a una mujer para que yaciera con él, para mofarse. Él se negó y eso molestó a los dos milicianos. Le pidieron a un barbero la navaja y, mientras uno lo sostenía, el otro le cortó sus partes. Luego se cansaron de él, lo subieron a un borrico y lo llevaron hasta el Arroyo Bujía. Allí, de primero, le abren todo el vientre de arriba a abajo, como un cochino, igual... Lo rocían todo de gasolina y le prenden fuego. Estaba vivo y consciente... Cuando ya moría, decía: 'Ya lo veo, ya lo veo, ya lo estoy viendo'. El Señor diría voy a por ti... En el verano de 1936 mi hermano Juan tenía 24 años. Era diácono. Muy rubio, pero con los ojos azules... Tenía un lunar muy bonito en la cara, que nos hacía mucha gracia... ayyy, aquel lunar, ji, ji,ji... El 17 de julio llegó de vacaciones a Yunquera desde el seminario. Málaga se mantuvo fiel a la República y mis padres lo ocultaron en el campo. Pero una mañana de noviembre, mientras leía el breviario en la terraza, oímos a unos milicianos dando voces y llamando a la puerta. Mi madre se asustó y se asomó al terrado. '¿Juan, ay, escóndete, escóndete!', le gritó. '¿Yo por qué me voy a esconder?', respondió. Tras dos registros lo encontraron, lo sacaron de casa a fuerza de culatazos con el fusil. Con él iban también dos seminaristas: José Merino y Miguel Díaz y otros dos vecinos de Álora. Al más joven le sajaron una mano y a José Merino le cortaron el hombro con un hacha».

Carmen Duarte Martín, la hermana Carmen, recuerda desde la clausura del convento de las Carmelitas de Ronda, el secuestro y asesinato de su hermano en 1936. Hoy, la monja, rodeada de sus familiares asiste, en la basílica de San Juan de Letrán, a la beatificación de su hermano y de otros 497 religiosos y seglares que murieron en 1934, 1936 y 1937 .

Al lado de la hermana Carmen estará José Andrés Torres Mora, diputado socialista, ponente de la Ley de Memoria Histórica, amigo personal del presidente José Luis Rodríguez Zapatero y sobrino-nieto de aquel diácono martirizado en 1936. Torres Mora es un ejemplo patente de este país, de que los supuestos dos bandos de la Guerra Civil son pura filfa, de que las vidas, como los sarmientos, se entremezclan, se cruzan y se despegan. Pero comparten raíz. Torres Mora y su familia (como tantas miles) encarnan la paradoja de lo que alguien bautizó como las dos Españas.

«La foto del tío Juan estaba en el comedor de la casa de mi abuela Ana. Yo tenía cuatro años cuando mis padres emigraron a Alemania y me quedé con ella. Esa foto forma parte de mi biografía hasta donde alcanza mi memoria. Era la única foto que había en casa de mi abuela, así que, probablemente, fue la primera que vi en mi vida», recuerda el diputado socialista, antiguo jefe de gabinete de José Luis Rodríguez Zapatero, con quien, además de amistad, comparte un pasado común. «Sí, los dos hemos hablado de esto. Él de su abuelo, fusilado en 1936 por mantenerse fiel a la República tras el golpe militar, y yo de mi tío abuelo Juan, muerto por unos milicianos. Somos la historia de las dos Españas», resume. «Yo no comparto las ideas de mi tío, pero mucho menos comparto las de quienes le mataron», protesta.

Este hombre que hoy está en Roma ha tenido que bregar durante los últimos meses con un difícil encargo. Recuperar la memoria, toda la memoria, y ponerla por escrito en una ley que repare daños y resarza a las víctimas. Pero esa Ley de la Memoria Histórica, lejos de ser un hito para la concordia, ha servido para destapar los fantasmas más temidos. «La ley no tiene voluntad de polemizar, sino de cerrar heridas, de ayudar. La exigencia que me hago como representante de los ciudadanos es que la ley abarque a todas sus víctimas, a todas las personas que murieron a causa de sus ideas y sus creencias. Si la Iglesia incluye a unas y excluye a otras, es su responsabilidad. Pienso que más vale honrar de más que de menos. La generación de nuestros padres, que ahora tiene más de 70 años, hizo una tarea para la que no hay palabras suficientes de gratitud... Pensaron en sus hijos, pero nunca olvidaron a sus padres. Algunos de ellos nos piden ahora que no les olvidemos, que les ayudemos a rescatar su memoria...», asegura.

El rastro de las fosas

La ley persigue cosas tan sencillas como que algunas familias puedan recuperar los restos de sus familiares, enterrados en fosas comunes tras ser pasados por las armas. «Que se establezca públicamente que fueron encarcelados y ejecutados. No creo que nadie deba escandalizarse por eso. No es justo decirles que esperen más tiempo. Primero se les dijo que era demasiado pronto; ahora, que es demasiado tarde. Es cruel. Son personas muy mayores. ¿Quién tiene derecho a negarles ese consuelo? Nada va a pasarle a la sociedad por eso. ¿Es tan difícil ponerse en su lugar?», se pregunta el malagueño Torres Mora.

Estos días, el diputado ha transitado por su memoria más triste y antigua. «A los pequeños se nos decía que, un día, durante la guerra, vinieron unos milicianos y se llevaron al tío Juan y lo mataron. Siendo adolescente conocí la historia completa. Tenía 14 ó 15 años y estaba ayudando a mi padre en el campo. Mientras esperábamos el agua le pregunté por lo que le pasó al tío Juan y me contó la historia con más detalle. Debió de ser todo tan amargo que no se hablaba de ello», dice.

¿Cómo ha asimilado su familia la militancia socialista de Torres Mora? «Hummm. Mi abuelo sabía que aquellos milicianos eran del PSOE de Ronda. Todos entienden mi militancia. ¿Qué tiene que ver la República y la muerte del tío Juan con mi pensamiento? Nada».

Este verano, durante las vacaciones en Yunquera, los sobrinos del nuevo beato acordaron encontrarse en Roma. La hermana Carmen, que salió de la clausura una única vez en 1985 para asistir al traslado de los restos de Juan Torres (nombrado entonces vererable) del cementerio a la iglesia de Yunquera ha tomado un avión rumbo a Roma. Tiene 86 años y ha pasado 67 en el convento. «Está feliz», dice su sobrino. Cuando uno la escucha hablar, recordar y reír sin asomo de odio, entiende quiénes han hecho posible la concordia. «La madre de mi tía abuela Carmen y su marido fueron los auténticos perdedores de la Guerra Civil», remacha el diputado. «No hay nada que valga más que un hijo».

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