Mártires del Seminario
Rectorado Seminario 15/11/2006
15 de noviembre. Fecha en la que en el 2006 hacemos 70 años de la muerte de nuestro mártir JUAN DUARTE, aquel joven de 24 años, natural de Yunquera (Málaga), seminarista, Diácono. Conmemoramos su martirio.
De los 178 mártires seminaristas, religiosos y sacerdotes que tuvo la iglesia malagueña entre 1934 y 1938, Juan Duarte quizás fue el más sobresaliente de todos. En 1936, desde el 7 de noviembre al 15, diariamente interrogado, vejado y torturado... hasta rociarlo de gasolina y quemarlo vivo en un arroyo.
Y el muchacho, a sus 24 años, teniendo muy claras dos cosas: que "El Señor triunfará", y que "¡Viva Cristo Rey!".
Viene bien confrontar estas jornadas de su martirio con el martirio de los personajes bíblicos del libro primero de los Macabeos: hubo quienes adoptaron las costumbres paganas, se acomodaron a los usos paganos, y... acabaron poniendo sobre el altar un ara sacrílega. Pero otros (Eleazar, los 7 hermanos con su madre...) valoraron más la Ley de la Alianza, el buen ejemplo a los jóvenes y la honra personal... y dieron su vida al Señor.
Es momento para agradecer a Dios la fuerza que da a sus testigos, para admirar y ensalzar en éstos la excelente disponibilidad y entrega de su vida, para reflexionar y aprender todos nosotros: ¿Y yo qué estoy haciendo con mi vida?
Esa capacidad se la dio el Señor, y Juan Duarte supo corresponderla. Nuestro Seminario fue ámbito educativo donde él se forjó y aprendió a vivir de esta forma.
Agradecidos a Dios, pidamos hoy por el Seminario, por nuestros seminaristas, por las vocaciones que necesitamos de total entrega para servir al Evangelio. Y pidamos por la vida personal de cada uno de nosotros.
¡Que el Señor no nos permita ser MEDIOCRES. Que nos haga SANTOS!
Santos al estilo de la letra (de José Mª Campos Giles) de la canción que se cantaba en el Seminario en la posguerra:
"Señor, aquí estoy,
grano de trigo soy,
segado y trillado en tus eras.
Señor, cuando quieras me puedes moler,
que yo quiero ser
polvillo de harina
que forme tus hostias de amor.
¡No tardes si quieres, Señor!
¡Oh mi Dios, molinero!
Echa a andar tu molino harinero
y muele la harina,
que quiere ser hostia de amor.
Señor, ¡que te espero!
Empuja la rueda, dolor.
Señor, Señor,
aquí estoy.
Señor, aquí estoy,
aquí estoy".
martes, 30 de octubre de 2007
lunes, 29 de octubre de 2007
«La foto de mi tío Juan forma parte de mi vida. Es la única que había en casa de mi abuela»
«Los asesinaron por el camino. Mi hermano fue vejado, golpeado y le pusieron descargas eléctricas durante tres horas. Una vez le llevaron a una mujer para que yaciera con él, para mofarse. Él se negó y eso molestó a los dos milicianos. Le pidieron a un barbero la navaja y, mientras uno lo sostenía, el otro le cortó sus partes. Luego se cansaron de él, lo subieron a un borrico y lo llevaron hasta el Arroyo Bujía. Allí, de primero, le abren todo el vientre de arriba a abajo, como un cochino, igual... Lo rocían todo de gasolina y le prenden fuego. Estaba vivo y consciente... Cuando ya moría, decía: 'Ya lo veo, ya lo veo, ya lo estoy viendo'. El Señor diría voy a por ti... En el verano de 1936 mi hermano Juan tenía 24 años. Era diácono. Muy rubio, pero con los ojos azules... Tenía un lunar muy bonito en la cara, que nos hacía mucha gracia... ayyy, aquel lunar, ji, ji,ji... El 17 de julio llegó de vacaciones a Yunquera desde el seminario. Málaga se mantuvo fiel a la República y mis padres lo ocultaron en el campo. Pero una mañana de noviembre, mientras leía el breviario en la terraza, oímos a unos milicianos dando voces y llamando a la puerta. Mi madre se asustó y se asomó al terrado. '¿Juan, ay, escóndete, escóndete!', le gritó. '¿Yo por qué me voy a esconder?', respondió. Tras dos registros lo encontraron, lo sacaron de casa a fuerza de culatazos con el fusil. Con él iban también dos seminaristas: José Merino y Miguel Díaz y otros dos vecinos de Álora. Al más joven le sajaron una mano y a José Merino le cortaron el hombro con un hacha».
Carmen Duarte Martín, la hermana Carmen, recuerda desde la clausura del convento de las Carmelitas de Ronda, el secuestro y asesinato de su hermano en 1936. Hoy, la monja, rodeada de sus familiares asiste, en la basílica de San Juan de Letrán, a la beatificación de su hermano y de otros 497 religiosos y seglares que murieron en 1934, 1936 y 1937 .
Al lado de la hermana Carmen estará José Andrés Torres Mora, diputado socialista, ponente de la Ley de Memoria Histórica, amigo personal del presidente José Luis Rodríguez Zapatero y sobrino-nieto de aquel diácono martirizado en 1936. Torres Mora es un ejemplo patente de este país, de que los supuestos dos bandos de la Guerra Civil son pura filfa, de que las vidas, como los sarmientos, se entremezclan, se cruzan y se despegan. Pero comparten raíz. Torres Mora y su familia (como tantas miles) encarnan la paradoja de lo que alguien bautizó como las dos Españas.
«La foto del tío Juan estaba en el comedor de la casa de mi abuela Ana. Yo tenía cuatro años cuando mis padres emigraron a Alemania y me quedé con ella. Esa foto forma parte de mi biografía hasta donde alcanza mi memoria. Era la única foto que había en casa de mi abuela, así que, probablemente, fue la primera que vi en mi vida», recuerda el diputado socialista, antiguo jefe de gabinete de José Luis Rodríguez Zapatero, con quien, además de amistad, comparte un pasado común. «Sí, los dos hemos hablado de esto. Él de su abuelo, fusilado en 1936 por mantenerse fiel a la República tras el golpe militar, y yo de mi tío abuelo Juan, muerto por unos milicianos. Somos la historia de las dos Españas», resume. «Yo no comparto las ideas de mi tío, pero mucho menos comparto las de quienes le mataron», protesta.
Este hombre que hoy está en Roma ha tenido que bregar durante los últimos meses con un difícil encargo. Recuperar la memoria, toda la memoria, y ponerla por escrito en una ley que repare daños y resarza a las víctimas. Pero esa Ley de la Memoria Histórica, lejos de ser un hito para la concordia, ha servido para destapar los fantasmas más temidos. «La ley no tiene voluntad de polemizar, sino de cerrar heridas, de ayudar. La exigencia que me hago como representante de los ciudadanos es que la ley abarque a todas sus víctimas, a todas las personas que murieron a causa de sus ideas y sus creencias. Si la Iglesia incluye a unas y excluye a otras, es su responsabilidad. Pienso que más vale honrar de más que de menos. La generación de nuestros padres, que ahora tiene más de 70 años, hizo una tarea para la que no hay palabras suficientes de gratitud... Pensaron en sus hijos, pero nunca olvidaron a sus padres. Algunos de ellos nos piden ahora que no les olvidemos, que les ayudemos a rescatar su memoria...», asegura.
El rastro de las fosas
La ley persigue cosas tan sencillas como que algunas familias puedan recuperar los restos de sus familiares, enterrados en fosas comunes tras ser pasados por las armas. «Que se establezca públicamente que fueron encarcelados y ejecutados. No creo que nadie deba escandalizarse por eso. No es justo decirles que esperen más tiempo. Primero se les dijo que era demasiado pronto; ahora, que es demasiado tarde. Es cruel. Son personas muy mayores. ¿Quién tiene derecho a negarles ese consuelo? Nada va a pasarle a la sociedad por eso. ¿Es tan difícil ponerse en su lugar?», se pregunta el malagueño Torres Mora.
Estos días, el diputado ha transitado por su memoria más triste y antigua. «A los pequeños se nos decía que, un día, durante la guerra, vinieron unos milicianos y se llevaron al tío Juan y lo mataron. Siendo adolescente conocí la historia completa. Tenía 14 ó 15 años y estaba ayudando a mi padre en el campo. Mientras esperábamos el agua le pregunté por lo que le pasó al tío Juan y me contó la historia con más detalle. Debió de ser todo tan amargo que no se hablaba de ello», dice.
¿Cómo ha asimilado su familia la militancia socialista de Torres Mora? «Hummm. Mi abuelo sabía que aquellos milicianos eran del PSOE de Ronda. Todos entienden mi militancia. ¿Qué tiene que ver la República y la muerte del tío Juan con mi pensamiento? Nada».
Este verano, durante las vacaciones en Yunquera, los sobrinos del nuevo beato acordaron encontrarse en Roma. La hermana Carmen, que salió de la clausura una única vez en 1985 para asistir al traslado de los restos de Juan Torres (nombrado entonces vererable) del cementerio a la iglesia de Yunquera ha tomado un avión rumbo a Roma. Tiene 86 años y ha pasado 67 en el convento. «Está feliz», dice su sobrino. Cuando uno la escucha hablar, recordar y reír sin asomo de odio, entiende quiénes han hecho posible la concordia. «La madre de mi tía abuela Carmen y su marido fueron los auténticos perdedores de la Guerra Civil», remacha el diputado. «No hay nada que valga más que un hijo».
Carmen Duarte Martín, la hermana Carmen, recuerda desde la clausura del convento de las Carmelitas de Ronda, el secuestro y asesinato de su hermano en 1936. Hoy, la monja, rodeada de sus familiares asiste, en la basílica de San Juan de Letrán, a la beatificación de su hermano y de otros 497 religiosos y seglares que murieron en 1934, 1936 y 1937 .
Al lado de la hermana Carmen estará José Andrés Torres Mora, diputado socialista, ponente de la Ley de Memoria Histórica, amigo personal del presidente José Luis Rodríguez Zapatero y sobrino-nieto de aquel diácono martirizado en 1936. Torres Mora es un ejemplo patente de este país, de que los supuestos dos bandos de la Guerra Civil son pura filfa, de que las vidas, como los sarmientos, se entremezclan, se cruzan y se despegan. Pero comparten raíz. Torres Mora y su familia (como tantas miles) encarnan la paradoja de lo que alguien bautizó como las dos Españas.
«La foto del tío Juan estaba en el comedor de la casa de mi abuela Ana. Yo tenía cuatro años cuando mis padres emigraron a Alemania y me quedé con ella. Esa foto forma parte de mi biografía hasta donde alcanza mi memoria. Era la única foto que había en casa de mi abuela, así que, probablemente, fue la primera que vi en mi vida», recuerda el diputado socialista, antiguo jefe de gabinete de José Luis Rodríguez Zapatero, con quien, además de amistad, comparte un pasado común. «Sí, los dos hemos hablado de esto. Él de su abuelo, fusilado en 1936 por mantenerse fiel a la República tras el golpe militar, y yo de mi tío abuelo Juan, muerto por unos milicianos. Somos la historia de las dos Españas», resume. «Yo no comparto las ideas de mi tío, pero mucho menos comparto las de quienes le mataron», protesta.
Este hombre que hoy está en Roma ha tenido que bregar durante los últimos meses con un difícil encargo. Recuperar la memoria, toda la memoria, y ponerla por escrito en una ley que repare daños y resarza a las víctimas. Pero esa Ley de la Memoria Histórica, lejos de ser un hito para la concordia, ha servido para destapar los fantasmas más temidos. «La ley no tiene voluntad de polemizar, sino de cerrar heridas, de ayudar. La exigencia que me hago como representante de los ciudadanos es que la ley abarque a todas sus víctimas, a todas las personas que murieron a causa de sus ideas y sus creencias. Si la Iglesia incluye a unas y excluye a otras, es su responsabilidad. Pienso que más vale honrar de más que de menos. La generación de nuestros padres, que ahora tiene más de 70 años, hizo una tarea para la que no hay palabras suficientes de gratitud... Pensaron en sus hijos, pero nunca olvidaron a sus padres. Algunos de ellos nos piden ahora que no les olvidemos, que les ayudemos a rescatar su memoria...», asegura.
El rastro de las fosas
La ley persigue cosas tan sencillas como que algunas familias puedan recuperar los restos de sus familiares, enterrados en fosas comunes tras ser pasados por las armas. «Que se establezca públicamente que fueron encarcelados y ejecutados. No creo que nadie deba escandalizarse por eso. No es justo decirles que esperen más tiempo. Primero se les dijo que era demasiado pronto; ahora, que es demasiado tarde. Es cruel. Son personas muy mayores. ¿Quién tiene derecho a negarles ese consuelo? Nada va a pasarle a la sociedad por eso. ¿Es tan difícil ponerse en su lugar?», se pregunta el malagueño Torres Mora.
Estos días, el diputado ha transitado por su memoria más triste y antigua. «A los pequeños se nos decía que, un día, durante la guerra, vinieron unos milicianos y se llevaron al tío Juan y lo mataron. Siendo adolescente conocí la historia completa. Tenía 14 ó 15 años y estaba ayudando a mi padre en el campo. Mientras esperábamos el agua le pregunté por lo que le pasó al tío Juan y me contó la historia con más detalle. Debió de ser todo tan amargo que no se hablaba de ello», dice.
¿Cómo ha asimilado su familia la militancia socialista de Torres Mora? «Hummm. Mi abuelo sabía que aquellos milicianos eran del PSOE de Ronda. Todos entienden mi militancia. ¿Qué tiene que ver la República y la muerte del tío Juan con mi pensamiento? Nada».
Este verano, durante las vacaciones en Yunquera, los sobrinos del nuevo beato acordaron encontrarse en Roma. La hermana Carmen, que salió de la clausura una única vez en 1985 para asistir al traslado de los restos de Juan Torres (nombrado entonces vererable) del cementerio a la iglesia de Yunquera ha tomado un avión rumbo a Roma. Tiene 86 años y ha pasado 67 en el convento. «Está feliz», dice su sobrino. Cuando uno la escucha hablar, recordar y reír sin asomo de odio, entiende quiénes han hecho posible la concordia. «La madre de mi tía abuela Carmen y su marido fueron los auténticos perdedores de la Guerra Civil», remacha el diputado. «No hay nada que valga más que un hijo».
COMO LOS MÁRTIRES
COMO LOS MÁRTIRES (letra de Luis Alfredo Díaz Brito)
Fijaron sus ojos en Cristo
y ya no volvieron atrás.
Sabían de quien se fiaban
y esa razón pudo más.
llevaban los ojos vendados
atados de manos y pies.
Pero el corazón palpitando
henchido de amor y de fe.
COMO LOS MÁRTIRES,
NUESTROS HERMANOS
DE TIERRA HISPANA,
QUEREMOS SER.
DAR NUESTRA VIDAS
UNIR LAS MANOS
Y PREPARARNOS
PARA UN NUEVO AMANECER.
Si hoy nuestros pasos vacilan
si hoy se nos cansa la fe.
Debemos fijar nuestros ojos
en Cristo y con fuerza creer.
Quitar de los ojos las vendas
librar nuestras manos y pies.
Y con corazón bien dispuesto
seguir como ellos tras Él.
Fijaron sus ojos en Cristo
y ya no volvieron atrás.
Sabían de quien se fiaban
y esa razón pudo más.
llevaban los ojos vendados
atados de manos y pies.
Pero el corazón palpitando
henchido de amor y de fe.
COMO LOS MÁRTIRES,
NUESTROS HERMANOS
DE TIERRA HISPANA,
QUEREMOS SER.
DAR NUESTRA VIDAS
UNIR LAS MANOS
Y PREPARARNOS
PARA UN NUEVO AMANECER.
Si hoy nuestros pasos vacilan
si hoy se nos cansa la fe.
Debemos fijar nuestros ojos
en Cristo y con fuerza creer.
Quitar de los ojos las vendas
librar nuestras manos y pies.
Y con corazón bien dispuesto
seguir como ellos tras Él.
Hermana Carmen Duarte

«Yo no estaba en mi casa, sino en otra donde aprendía a bordar. Cuando llegué, mi madre lloraba y mi hermano ya no estaba. Se lo habían llevado. No le volví a ver nunca más. Lo mataron salvajemente, como a un animal. Por eso creo que con esta beatificación se hace justicia. Aquel martirio le ha servido para alcanzar tanta gloria». A pesar de sus 87 años, la monja de clausura de la orden de las Carmelitas Descalzas Carmen Duarte conserva perfectamente en la memoria lo que sucedió aquel 7 de noviembre de 1936 en la localidad de Yunquera, cuando los milicianos se llevaron a Juan Duarte para fusilarlo el 15 de aquel mes. Hoy Duarte, junto a Enrique Vidaurreta, será elevado a los altares en la ceremonia de beatificación de 498 religiosos asesinados durante la Segunda República y la Guerra Civil española que se celebrará en la plaza de San Pedro de Roma, presidida por el cardenal José Saraiva, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.
Tras ser apresado junto a otros dos seminaristas, Duarte fue llevado a Álora, donde fue sometido a torturas: palizas, introducción de cañas bajo las uñas, aplicación de corriente eléctrica en sus genitales y paseos por el pueblo entre burlas. Incluso le introdujeron en su celda una muchacha joven para seducirle, lo que no consiguió. Tras todos estos internos para hacer que renegara de su fe, la noche del día 15 se le llevó a un lugar apartado, se le abrió en canal con un machete, le llenaron de gasolina el vientre y le prendieron fuego, murió perdonando y gritando. «¿Ya lo estoy viendo,... ya lo estoy viendo!».
Desde su convento de clausura de Ronda, su hermana Carmen acudirá, a pesar de sus problemas de movimiento, confirma que acudirá «emocionada» a Roma para asistir a la beatificación. «Era una persona muy querida en el pueblo, daba catequesis, llevaba a los niños de excursión, ayudaba a mis padres en el campo,... era muy buena persona, un auténtico santo», rememora Carmen, la única de sus cinco hermanos que queda con vida.
Junto a ella estarán otros familiares, entre ellos el diputado socialista José Andrés Torres Mora, sobrino-nieto de Duarte y ponente de la Ley de Memoria Histórica. Desde la Ciudad del Vaticano Torres Mora afirma que acude «con el mismo orgullo personal y satisfacción» que los familiares del resto de beatificados. «Es justo que la iglesia, como organismo privado, beatifique a su mártires, como también lo es que el Estado haga una ley, como la de Memoria Histórica, para dignificar a todas las víctimas, sin distinción, que sufrieron en la Guerra Civil y el franquismo por la defensa de sus ideas», subraya, al tiempo que recuerda que en su familia se «hablaba poco de lo que le sucedió al tío Juan» porque la mera evocación «era muy dolorosa».
Beato Juan Duarte Martín, diácono

Juan Duarte nació en Yunquera (Málaga) el 17 de marzo de 1912 y fue bautizado el día 25. Sus padres se llamaban Juan y Dolores. En 1924 entró en el seminario diocesano de Málaga. Pasaba las vacaciones con sus padres, ayudando en las labores del campo y en la catequesis. Fue ordenado de diácono el 6 de marzo de 1936.
La persecución religiosa de julio de 1936 le sorprendió de vacaciones en casa de sus padres. Estuvo escondido, en una especie de semisótano del piso de entrada, hasta que una vecina lo delató. Unos milicianos lo secuestraron y lo llevaron a la cárcel de Álora, donde fue torturado con corrientes eléctricas, clavándole agujas en el cuerpo. Le quisieron hacer blasfemar y renegar de la fe, pero no cedió ante los tormentos. Cuando le proponían que dijera ¡Viva el Comunismo! él gritaba ¡Viva Cristo Rey!. Fue martirizado en el Arroyo Bujía (Álora - Málaga) el 15 de noviembre de 1936. Tenía 24 años de edad. Le rociaron con gasolina, y le prendieron fuego. Durante varios días continuaron disparando al cadáver, que permaneció insepulto hasta que fue enterrado en el mismo arroyo. El día 3 de mayo de 1937 sus restos fueron trasladados al cementerio de Yunquera. Tenía las piernas partidas y estaba destrozado.
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